¿Cuántas veces has dejado pasar una oportunidad por miedo, indecisión o simplemente por postergar? Vivimos en un mundo que nos impulsa a la acción, pero a veces, la duda nos paraliza. Es ahí donde entra en juego una máxima implacable: la peor diligencia es la que no se hace. No se trata de actuar impulsivamente, sino de entender que la inacción tiene un costo, muchas veces mayor al de la equivocación.
Pero, ¿de dónde proviene esta afirmación tan contundente? Si bien no existe un autor o una fecha exacta que marque su origen, la sabiduría popular la ha ido moldeando a lo largo del tiempo. Desde el ámbito empresarial hasta el personal, la historia está llena de ejemplos donde la falta de acción ha determinado fracasos, pérdidas y oportunidades perdidas. Pensemos en aquel emprendedor que jamás se atrevió a lanzar su idea al mercado por temor al fracaso, o en el artista que nunca mostró su obra al mundo, privándonos a todos de su talento.
La parálisis por análisis, el miedo al qué dirán o la simple procrastinación, son algunos de los enemigos a vencer. No tomar una decisión, también es tomar una decisión, una que puede resultar más costosa que el riesgo a equivocarse. Al final, lo que no se intenta, simplemente no existe.
Es cierto que actuar sin un plan puede llevarnos a resultados indeseados. Pero, ¿qué sucede cuando la planificación se vuelve eterna, cuando la búsqueda de la perfección nos impide dar el primer paso? Ahí es donde la máxima cobra mayor relevancia. Porque, en la mayoría de los casos, es mejor actuar, aprender de los errores y corregir el rumbo, que quedarse estancados en la inacción.
La peor diligencia, aquella que no se hace, nos roba la posibilidad de aprender, de crecer y de alcanzar nuestro verdadero potencial. Es un enemigo silencioso que se alimenta de nuestras inseguridades y nos mantiene cautivos en nuestra zona de confort. Romper con la inercia de la inacción es el primer paso para construir el camino hacia nuestros objetivos.
Ahora bien, no se trata de lanzarse al vacío sin un plan. Es importante analizar, evaluar y planificar. Sin embargo, llega un punto en que la acción debe tomar las riendas. La clave está en encontrar el equilibrio entre la prudencia y la audacia, en ser conscientes de que el error es parte del proceso de aprendizaje y que, en muchas ocasiones, la peor decisión es no tomar ninguna decisión.
En definitiva, la próxima vez que te encuentres frente a una disyuntiva, recuerda esta máxima: la peor diligencia es la que no se hace. Asume riesgos, aprende de tus errores y no permitas que la inacción te impida alcanzar tu verdadero potencial. Al final, lo único que realmente lamentamos son las oportunidades que dejamos pasar.
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